Apuesto a que tú has tenido alguna experiencia de “adivinación”, no me sorprendería, pues es sabido que todos tenemos ese don en mayor o menor grado. Por ejemplo, un buen día pensamos en telefonearle a una amiga de la que no tenemos ni idea qué sería de ella y ¡zas! de pronto ella se comunica con nosotros o te preocupa un ser querido especial para después enterarte que ha pasado por alguna aflicción. Ante innumerables casos como estos y lo más importante, documentados, la ciencia se preocupó hace ya varios años, específicamente en 1882 por abarcar el estudio de la Parapsicología.
Fue en Inglaterra donde se fundó la Sociedad de Investigaciones Psíquicas. En 1920 se llevaron a cabo grandes avances en este campo, gracias a la colaboración de los profesores holandeses Heymans y Brugmans. Ellos aprovecharon las dotes telepáticas del estudiante Van Dam. Pero quienes más se abocaron a la investigación de este tema fueron el profesor Joseph Rhine y su esposa Louisa, ambos de la Universidad de Duke, Estados Unidos. Ellos reclutaron estudiantes comunes y corrientes para sus resultados estadísticos, para ello utilizaron las famosas barajas de Zener (por su inventor el doctor Karl Zener, uno de los primeros colaboradores de Rhine), sí, exacto, aquellas que contienen figuras de un círculo, un cuadrado, tres líneas ondulantes, una estrella y una cruz.
Joseph y Louisa querían comprobar si la “adivinación” de los estudiantes no se producía simplemente por pura coincidencia, entonces fue que recurrieron a la Estadística, al cálculo de las probabilidades. Cuando acertaban mayor de cinco, se podía hablar de percepción extrasensorial.
En 1959 utilizando el mismo método de los profesores de Duke, se realizaron experimentos a larga distancia, bajo el auspicio del gobierno de Estados unidos con autoridades militares. Un ex alumno de la Universidad de Duke viajó en el submarino atómico Nautilus y envió mensajes telepáticos a otro sujeto en tierra, a millares de kilómetros de distancia, desde las profundidades del océano y es que paralelamente no existen fronteras de espacio y tiempo.
Tal fue el interés por este asunto que se dice que durante la “Guerra Fría” las grandes potencias recurrieron al “espionaje telepático”, como lo fue en el caso de los cohetes rusos en Cuba, en 1962. Un amigo me contó que actualmente existen Guardianes Astrales protegiendo los archivos secretos guardados en la Casa Blanca y en otras altas entidades estatales del gobierno estadounidense, no sé si en otros países también será igual. Pero la telepatía no sólo sirve como un arma de guerra para casos extremos, sino quién sabe como un paliativo a la soledad, es tierno saber que se puede contar con este recurso para enviar mensajitos románticos y cariñosos a la persona que uno ama.
Una experiencia personal fue cuando al escéptico en ese entonces (etapa pre “El Secreto”) del chico que me quitaba el sueño comencé a enviarle mensajes de que me llamara apenas despertara y ¡dio resultado! Fue increíble y me sentí en las nubes todo ese día. ¿Cómo lo hice? Pues bien, tal como me lo enseñó mi papá que fue un Rosacruz: la hora era fácil, pues el ruido de la ciudad era apenas imperceptible: dos de la madrugada, en camita y relajada; comencé a imaginarme que lo tenía en frente y que miraba su entrecejo y le repetía mentalmente, “Fulanito, llámame, por favor, (la cortesía nunca está demás) apenas te despiertes” así, varias veces y le daba mi número telefónico y también imaginaba los números al revés, como para que él los leyera en luces grandes y después me olvidé del tema y me dormí. A eso de las 7 de la mañana timbró el teléfono y cuando contesto era él diciéndome que no sabía por qué había tenido la imperiosa necesidad de llamarme, que ni siquiera había visto su directorio porque mi número lo recordaba perfectamente. A lo mejor él y yo tuvimos alguna reencarnación juntos en la antigua Caldea, pues en ese entonces ellos propugnaban que el mejor contacto telepático se realizaba entre personas con fuertes lazos afectivos.
Así como este ejemplo, en realidad todos alguna vez hemos vivido una experiencia telepática o cualquier otra manifestación extrasensorial, sin embargo, son escasas las teorías para explicarlas. Algunos sostienen que se trata de “ondas electromagnéticas” del cerebro, tal como las que emanan las ondas de radio, aunque sin las perturbaciones de éstas por la curvatura terrestre o la distancia. Para Whately Carington, el pensamiento no es algo abstracto, sino más bien un producto físico de la materia cerebral. Este investigador norteamericano sostiene que los elementos de la formación de las ideas son una especie de partículas a las que llama “psicones”. Estos “psicones” pueden entrar en contacto con los de otra y así experimentar la telepatía. Se dice también que los animales poseen la facultad telepática y de ahí capten con tanta precisión los estados de ánimo de sus dueños. Incluso las plantas también obtendrían esa capacidad telepática al responder al cuidado o abandono del que son objeto ya sea reverdeciendo o marchitando sin razón aparente, por mucho abono y riego que se les provea. En fin, el tema es apasionante, supongo que al ser todos parte de una Fuente común nos interconectamos por una suerte de alambres energéticos invisibles por su alta frecuencia vibratoria.
Lo que me alegra ahora es que todo aquello que en décadas pasadas era algo “misterioso”, “oculto” e incluso hasta “satánico” ahora se observe bajo el cariz de la justificación lógica y de la investigación científica.