Un cuento ~ El campesino que jugó a ser Dios

Un día un campesino encontró a Dios y le dijo:

– Tú has creado el mundo pero no eres un campesino, no conoces la agricultura. Tienes mucho que aprender.

Dios le preguntó:

– ¿Cual es tu consejo?

– Dame un año y deja que las cosas ocurran tal y como yo quiero. La pobreza no existirá nunca más.

Dios aceptó. Naturalmente, el campesino pidió lo mejor: ni tormentas, ni ningún tipo de peligro para el grano. El trigo crecía y el campesino era feliz. Todo era perfecto.

Al final del año, el campesino encontró a Dios y le dijo, orgulloso:

– ¿Has visto cuánto trigo tenemos? ¡Habrá comida suficiente por 10 años sin tener que trabajar!

Sin embargo, cuando recogió el grano, se dio cuenta de que estaban vacíos. Desconcertado, le preguntó a Dios qué había pasado, a lo que este respondió:

– Has eliminado los conflictos y las fricciones, así que el trigo no terminó de germinar.

Los problemas son parte de la vida, nos hacen fuertes, nos convierten en personas resilientes. Los días de tristeza son tan necesarios como los días de felicidad porque nos permiten crecer. Por tanto, es mejor dejar de quejarse y de sentirse miserable por las dificultades, estas son oportunidades para aprender a ver la vida con otros ojos.

Cuento budista.

Una de las leyes del Universo es la del Ritmo, «Todo fluye y refluye; todo tiene sus períodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende; todo se mueve como un péndulo; la medida de su movimiento hacia la derecha, es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda; el ritmo es la compensación.» Esta es la manera cómo podemos conocer lo bueno de la vida, tras pasar por los obstáculos, cómo conocemos la luz a través de la obscuridad.

Un cuento ~ El significado de una rosa

RosaRoja

John Blanchard se levantó de la banca, alisó su uniforme de marino y estudió a la muchedumbre que hormigueaba en la Grand Central Station. Buscaba a la chica cuyo corazón conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en su solapa.

Su interés en ella había empezado trece meses antes en una biblioteca de Florida. Al tomar un libro de un estante, se sintió intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas a lápiz en el margen. La suave letra reflejaba un alma pensativa y una mente lúcida. En la primera página del libro, descubrió el nombre de la antigua propietaria del libro, Miss Hollis Maynell.

Invirtiendo tiempo y esfuerzo, consiguió su dirección. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. Le escribió una carta presentándose e invitándola a cartearse. Al día siguiente, sin embargo, fue embarcado a ultramar para servir en la Segunda Guerra Mundial.

Durante el año y el mes que siguieron, ambos llegaron a conocerse a través de su correspondencia. Cada carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a nacer. Blanchard le pidió una fotografía, pero ella se rehusó.

Ella pensaba que si él realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importar. Cuando finalmente llegó el día en que el debía regresar de Europa, ambos fijaron su primera cita a las siete de la noche, en la Grand Central Station de Nueva York. Ella escribió: «Me reconocerás por la rosa roja que llevaré puesta en la solapa.» Así que a las siete en punto, él estaba en la estación, buscando a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía.

Dejaré que Mr. Blanchard relate lo que sucedió después: «Una joven venia hacia mí, y su figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atras en rizos sobre sus delicadas orejas; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios y su barbilla tenían una firmeza amable y, enfundada en su traje verde claro, era como la primavera encarnada.

Comencé a caminar hacia ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su solapa. Al acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvó sus labios. «¿Vas en esa dirección, marinero?» murmuró. Casi incontrolablemente, di un paso para seguirla y en ese momento vi a Hollis Maynell. «Estaba parada casi detrás de la chica. Era una mujer de más de cuarenta años, con cabello entrecano que asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante llenita y sus pies, anchos como sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo.» «La chica del traje verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la mujer cuyo espíritu me había acompañado tan sinceramente y que se confundía con el mío.

Y ahí estaba ella. Su faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un destello cálido y amable. No dudé más. Mis dedos afianzaron la gastada cubierta de piel azul del pequeño volumen que haría que ella me identificara. Esto no sería amor, pero sería algo precioso, algo quizá aún mejor que el amor: una amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido.

Me cuadré, saludé y le extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentía que, al hablar, me ahogaba la amargura de mi desencanto. «Soy el teniente John Blanchard, y usted debe ser Miss Maynell. Estoy muy contento de que pudiera usted acudir a nuestra cita. ¿Puedo invitarla a cenar?»

La cara de la mujer se ensanchó con una sonrisa tolerante. «No sé de que se trata todo ésto, muchacho,» respondió, «pero la señorita del traje verde que acaba de pasar me suplicó que pusiera esta rosa en la solapa de mi abrigo. Y me pidió que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta esperando en el restaurante que esta cruzando la calle.»

No es difícil entender y admirar la sabiduría de Miss Maynell. La verdadera naturaleza del corazón se descubre en su respuesta a lo que no es atractivo. «Dime a quién amas,» escribió Houssaye, «y te diré quién eres.».

Fuente:
Tomado del libro “Y los ángeles guardaron silencio” del autor Max Lucado.

Un cuento ~ El caballo y el pozo

Un campesino, caminaba por el campo cuando descubrió que su caballo había caído en un pozo abandonado. El pozo era muy profundo, así que por más esfuerzos que hacía por sacarlo no había manera. Después de agotar todas las posibilidades para sacarlo, tomó la decisión de sacrificar al caballo para que no sufriera. Así que decidió lanzarle tierra para enterrarlo.

Por más que echaba tierra, el caballo no se enterraba y descubrió que cada vez que le caía tierra al caballo éste se sacudía y la tierra se acumula en el fondo.

Descubrió que el caballo no se dejaba enterrar y así poco a poco fue subiendo hasta que logró salir. No sólo salió el caballo, sino que también tapó el pozo.

caballo

Si te encuentras en el fondo del pozo y todo el mundo te tira tierra para enterrarte, recuerda al caballo de esta historia. No aceptes la tierra que te tiren, sacúdela y sube sobre ella. y cuanto más te tiren, más oportunidad tendrás de ir subiendo, hasta que logres salir y tapes el pozo.

Recuerda, aunque parezca que todo está perdido… ¡siempre hay solución!

Fuente:
Autor anónimo. Extraído de la red.
Imágenes de Internet.

Un cuento ~ Los cien días del plebeyo

Era una bella princesa que estaba buscando consorte…

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: «Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Ésa es mi dote«.

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: «Tendrás tu oportunidad, si pasas la prueba, me desposarás«.

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.

PlebeyoAl llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: «¿Qué fue lo que te ocurrió?, estabas a punto de lograr la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad?, ¿por qué te retiraste?«.

Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja:

«Ella no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora, no merecía mi amor…«.

El merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad. Cuando das lo mejor de ti misma(o) a otra persona. Cuando decides compartir la vida, cuando abres tu corazón de par en par y desnudas el alma hasta el último rincón, cuando pierdes la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos mereces comprensión. Que se menosprecie, ignore o desconozca fríamente el amor que regalas a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, ligereza.

Cuando amas a alguien que además de no corresponderte desprecia tu amor y te hiere, estás en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigas. La cosa es clara: si no te sientes bien recibido en algún lugar, empaca y vete.

No te quedes tratando de agradar y disculpándote por no ser como te gustaría que fueras. No hay vuelta de hoja. En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún quien no te acepte como eres.

Retirarse a tiempo con la satisfacción de haber dado lo mejor de ti mismo… ¡No tiene precio!

Fuente:
Sabiduría para el desarrollo personal. Corporación Editora Chirre S.A. Lima, Perú.

Un cuento ~ Las apariencias engañan

Moisés Mendelssohn, abuelo de un compositor del mismo nombre, era un judío alemán de Hamburgo, filósofo de la Ilustración.  Podríamos decir que distaba de ser guapo. Tenía una joroba muy pronunciada, por lo que se recluía en su trabajo y apenas llevaba vida social.  Un día fue con su padre a casa de unos amigos, unos mercaderes que tenían una hija, Frumtje, preciosa como una princesa.  Moses se enamoró perdidamente de ella e intentó hablarle, pero a ella le repelía su apariencia. Arisca, le cortaba secamente con monosílabos.

Cuando llegó el momento de despedirse, Moses hizo acopio de su valor y subió las escaleras hasta donde estaba el cuarto de aquella hermosa joven, pero a Moses le entristecía profundamente su negativa al mirarlo.

El verdadero amor

Después de varios intentos de conversar con ella, por fin Moisés se atrevió y preguntó:
— ¿Tú crees que Dios designa los matrimonios en el cielo?
Eso le interesó y le contestó:
— No lo sé. ¿Tú qué opinas?
— Yo creo que sí, dijo Moisés. Verás, en el cielo cada vez que un niño nace, el Señor anuncia con qué niña se va a casar, así que cuando yo iba a nacer, Dios me señaló una niña preciosa que tendría una joroba tremenda.
— Ay, Señor, le dije. Una niña con joroba sería terrible. Pásamela a mí y permite que ella sea hermosa. Y Dios me la pasó…

Un relámpago de emoción recorrió el cuerpo de Frujtje. De pronto, un hondo recuerdo la conmovió. «Esa joroba me tocaba a mí», pensó. Y una oleada de amor y ternura le invadió el corazón. Se le acercó y lo abrazó. Se hicieron novios y fueron un matrimonio feliz.

Autor anónimo.

Un cuento ~ Un pequeño cuento budista

Pequeño monje budistaUn monje, imbuido de la doctrina budista del amor y la compasión por todos los seres, encontró en su peregrinar a una leona herida y hambrienta, tan débil que no podía ni moverse.

A su alrededor, leoncitos recién nacidos gemían intentando extraer una gota de leche de sus secos pezones.

El monje comprendió perfectamente el dolor, desamparo e impotencia de la leona, no sólo por sí misma, sino, sobre todo por sus cachorros.

Entonces, se tendió junto a ella, ofreciéndose a ser devorado y así salvar sus vidas.

Fuente:
Imágenes y texto tomados de la red

Un cuento ~ El hombre santo

Cabaña del MaestroHace mucho tiempo, en una campiña alejada se propagó la voz sobre el sabio hombre santo que vivía en una casa pequeña encima de la montaña.

Un hombre de la aldea decidió hacer el largo y difícil viaje para visitarlo. Cuando llegó a la casa, vio a un viejo criado al interior, que lo saludó en la puerta.

– Quisiera ver al sabio hombre santo – le dijo al criado.
El sirviente sonrió y lo condujo adentro.

Mientras caminaban a través de la casa, el hombre de la aldea miró con impaciencia por todos lados en la casa, anticipando su encuentro con el hombre santo. Antes de saberlo, había sido conducido a la puerta trasera y escoltado afuera.

Se detuvo y giró hacia el criado:
– ¡Pero quiero ver al hombre santo!
– Usted ya lo ha visto – dijo el viejo.
– A todos a los que usted pueda conocer en la vida, aunque parezcan simples e insignificantes… véalos a cada uno como un sabio hombre santo. Si hace esto, entonces cualquier problema que usted haya traído hoy aquí, estará resuelto.

¿Observamos atentamente, con conciencia las señales que nos ofrece la Vida? ¿Somos lo suficientemente humildes, desde el Alma, para reconocer las enseñanzas que tienen para nosotros cada uno con quien contactamos?

Fuente:
Cuento Zen tradicional.

Un cuento ~ Espejo Humeante

MultidimensionalidadHace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo, que vivía cerca de una ciudad rodeada de montañas. Este ser humano estudiaba para convertirse en un chamán, para aprender el conocimiento de sus ancestros, pero no estaba totalmente de acuerdo con todo lo que aprendía.

En su corazón sentía que debía de haber algo más.

Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió de la cueva a una noche de luna llena. El cielo estaba despejado y vio una infinidad de estrellas. Entonces, algo sucedió en su interior que transformó su vida para siempre. Se miró las manos, sintió su cuerpo y oyó su propia voz que decía: «Estoy hecho de luz; estoy hecho de estrellas».

Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de que no son las estrellas las que crean la luz, sino que es la luz la que crea las estrellas. «Todo está hecho de luz –dijo–, y el espacio de en medio no está vacío.» Y supo que todo lo que existe es un ser viviente, y que la luz es la mensajera de la vida, porque está viva y contiene toda la información.

Entonces se dio cuenta de que, aunque estaba hecho de estrellas, él no era esas estrellas. «Estoy en medio de las estrellas», pensó. Así que llamó a las estrellas el tonal y a la luz que había entre las estrellas el nagual, y supo que lo que creaba la armonía y el espacio entre ambos es la Vida o Intento. Sin Vida, el tonal y el nagual no existirían. La Vida es la fuerza de lo absoluto, lo supremo, la Creadora de todas las cosas.

Esto es lo que descubrió: todo lo que existe es una manifestación del ser viviente al que llamamos Dios; todas las cosas son Dios. Y llegó a la conclusión de que la percepción humana es sólo luz que percibe luz.

También se dio cuenta de que la materia es un espejo –todo es un espejo que refleja luz y crea imágenes de esa luz–, y el mundo de la ilusión, el Sueño, es tan sólo como un humo que nos impide ver lo que realmente somos. «Lo que realmente somos es puro amor, pura luz», dijo.

Este descubrimiento cambió su vida. Una vez supo lo que en verdad era, miró a su alrededor y vio a otros seres humanos y al resto de la naturaleza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí mismo en todas las cosas: en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en la Tierra… Y vio que la Vida mezclaba el tonal y el nagual de distintas maneras para crear millones de manifestaciones de Vida.

En esos instantes lo comprendió todo. Se sentía entusiasmado y su corazón rebosaba paz. Estaba impaciente por revelar a su gente lo que había descubierto. Pero no había palabras para explicarlo. Intentó describirlo a los demás, pero no lo entendían. Vieron que había cambiado, que algo muy bello irradiaba de sus ojos y de su voz. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre nada ni nadie. Ya no se parecía a nadie.

El los comprendía muy bien a todos, pero a él nadie lo comprendía.

Creyeron que era una encarnación de Dios; al oírlo, él sonrió y dijo: «Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros también lo sois. Todos somos iguales.

Somos imágenes de luz. Somos Dios». Pero la gente seguía sin entenderlo.

Había descubierto que era un espejo para los demás, un espejo en el que podía verse a sí mismo.

«Cada uno es un espejo», dijo. Se veía en todos, pero nadie se veía a sí mismo en él. Y comprendió que todos soñaban pero sin tener consciencia de ello, sin saber lo que realmente eran. No podían verse a ellos mismos en él porque había un muro de niebla o humo entre los espejos. Y ese muro de niebla estaba construido por la interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los seres humanos.

Entonces supo que pronto olvidaría todo lo que había aprendido. Quería acordarse de todas las visiones que había tenido, así que decidió llamarse a sí mismo «Espejo Humeante» para recordar siempre que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos. Y dijo: «Soy Espejo Humeante porque me veo en todos vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente por el humo que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres tú, el soñador».

Fuente:
Cuento de la sabiduría Tolteca, extracto de «Los Cuatro Acuerdos» de Miguel Ruiz.

Un cuento ~ El secreto para ser feliz

Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio, de quien se decía que guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía ser un triunfador en todos los aspectos de su vida y que, por eso, se consideraba el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Mientras más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir.

Así pasaban los años y el sabio era cada día más feliz. Un día llegó ante él un niño y le dijo: «Señor, al igual que tú, también quiero ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para conseguirlo?» El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: «A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón, y el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida”.

El primero, es saber que existe la presencia de Dios en todas las cosas de la vida, y por lo tanto, debes amarlo y darle gracias por todas las cosas que tienes.

El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte, debes afirmar: Yo Soy importante, yo valgo, yo soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer: Este paso se llama autoestima alta.

El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas. Este paso se llama motivación.

El cuarto paso es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas.

El quinto paso es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú perdona y olvida.

El sexto paso es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen: respeta lo ajeno, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor.

El séptimo paso, es que no debes maltratar a nadie: sé amable; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera.

Y por último, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades y dales también a ellos el secreto para ser triunfador y que de esta manera, puedan ser felices…»

Ser feliz depende de cada uno, es una actitud constante ante la vida. Ser feliz es consecuencia natural de acercarse cada vez más a lo mejor de uno mismo y hacer que eso sea lo que marque nuestras acciones.

Fuente:
Cuento sacado de la red.

Un cuento ~ El Hijo Ilegítimo

Ya el sol se había puesto entre el enredo del bosque, sobre el río. Los niños de la ermita habían vuelto con el ganado, y estaban sentados al fuego, oyendo a su maestro Gautama, cuando llegó el niño desconocido y les saludó con flores y frutos. Luego, tras una profunda reverencia, le dijo con voz de pájaro: “Señor Gautama: vengo a que me guíes por el sendero de la verdad. Me llamo Satyakama.”

“Bendito seas”-dijo el maestro-. “¿Y de qué casta eres, hijo mío? Porque sólo un bramán puede aspirar a la suprema sabiduría.”

Contestó el niño: “No sé de qué casta soy, Maestro; pero voy a preguntárselo a mi madre.”

Se despidió Satyakama, cruzó el río por lo más estrecho, y volvió a la choza de su madre, que estaba al fin de un arenal, fuera de la aldea. Lo cogió contra su pecho, lo besó en la cabeza y le preguntó qué le había dicho el Maestro.

“¿Cómo se llama mi padre? Porque me ha dicho el señor Gautama que sólo un bramán puede aspirar a la suprema sabiduría”. La mujer bajó los ojos y le habló dulcemente: “Cuando joven, yo era pobre y conocí muchos amos. Sólo puedo decirte que tú viniste a los brazos de tu madre Jabbala, que no tuvo esposo.”

El Hijo IlegítimoLos primeros rayos del sol ardían en la copa de los árboles de la ermita del bosque. Los niños, aún mojado el revuelto pelo del baño de la mañana, estaban sentados ante su maestro, bajo un árbol viejo.

Llegó Satyakama, le hizo una profunda reverencia al maestro, y se quedó de pie en silencio. “Dime –le preguntó el Maestro-: “¿sabes ya de qué casta eres?”

“-Señor –contestó Satyakama-, no sé. Mi madre me dijo: ´Yo conocí muchos amos cuando joven, y tú viniste a los brazos de tu madre Jabbala, que no tuvo marido’.”

Entonces se levantó un rumor iracundo de las abejas hostigadas en su colmena. Y los estudiantes murmuraban entres dientes de la desvergonzada insolencia del niño sin padre.

Pero el maestro Gautama se levantó, trajo al niño con sus brazos hasta su pecho, y le dijo: “Tú eres el mejor de todos los bramanes, hijo mío, porque tienes la herencia más noble, que es la de la verdad.”

Por Rabindranath Tagore

Un cuento ~ El valor del anillo

El valor del anillo

Había una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.
“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien- asintió el maestro.

Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

Fuente:
Cuento del poeta argentino Jorge Bucay que nos recuerda nuestro compromiso interno de autovalorarnos.

Un cuento ~ Érase una vez un río

Era una vez un río –dice la vieja tradición oriental- que corría mansamente sobre su cómodo lecho de barro.  Sus aguas eran turbias y en ellas vivían los peces plomizos que buscan su alimento en el lodo.

RíoComo era muy poco profundo, a ningún ser humano se le había ocurrido hacer un puente sobre él y se conformaron arrojando en su seno algunas grandes piedras que improvisaban caminos, apenas húmedos por las lentas aguas.  Los animales del bosque, simplemente, lo vadeaban por los lugares menos profundos, revolviendo sus entrañas con sus patas.  A beber, iban al lago cercano, pues las aguas del río eran oscuras y olían mal.

Pero el dios Indra, que todo lo ve, se apiadó del Genio del río, pues sin ser tonto, actuaba como tal, entorpecido por la inercia y la comodidad, ya acostumbrado a que pisoteasen su cuerpo, que era húmedo y hediondo como una víbora muerta.  Con el paso del tiempo, el río se había conformado con los caminos más suaves y evitaba los declives violentos.  Era mudo, feo y las bellas Ondinas y las Hadas de la riqueza no se acercaban a él, ni siquiera para fabricar sus espejos mágicos en las noches de Luna llena.

Uno de los Servidores de Indra secó la tierra frente a él y la levantó de manera que lo obligó a desviarse.  El viejo río, asustado al principio, comenzó a gemir, pero pronto descubrió el placer de saltar sobre las piedras, y con un rugido abatió árboles y se abrió camino, saltando abismos y arremetiendo contra enormes peñascos.

Su agua se hizo limpia al filtrarse a través de las arenas y pedruscos, su lecho fue de piedra y a veces de metal, brillando las vetas en su cauce como los ígneos látigos de Indra cuando conduce a los Maruts.  De su seno, otrora oscuro y lóbrego, nació la espuma blanca, pues la blancura no aparece si no hay lucha, si no hay purificación.

Los habitaron los peces irisados que remontan las aguas y, las claras lagunas que iban dejando a sus costados, engarzadas en formidables rocas, fueron embeleso de los Elementos de las aguas.  Con el reflejo titilante de las estrellas hicieron las Ninfas sus peines mágicos y los espejos encantados los extraían de los profundos remansos.

Los hombres ya no lo pisotearon, sino que elevaron arcos de triunfo sobre él, a los que llamaban puentes.  Los animales lo cruzaban nadando, y limpios y brillantes comentaban luego la fuerza del río.

Al final, cuando llegaba a su Madre Ganga, era recibido con ovaciones por las otras aguas, que se abrazaban a las suyas gritando de alegría.  Y viendo todo esto y muchas cosas más que no les cuento, Indra pensó en los muchos seres humanos que no aprovechaban sus oportunidades y siguen siendo ríos lentos y barrosos, carentes de valor y de gloria.  Dos lágrimas corren entonces por Su Rostro candente y así aparecen las nubes, y todo en la naturaleza se vuelve gris y lamenta la torpeza humana”.

 

Fuente:
Cuento de Jorge Livraga

Un cuento ~ Asamblea en la Carpintería

carpinteríaCuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea.  Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.  El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar.  ¿La causa?  Hacía demasiado ruido.  Y además se pasaba el tiempo golpeando.  El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija.  Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.  Y la lija estuvo de acuerdo, a condición que fuera el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su labor…

 

Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.  Finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.  Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación.  Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho.  Y dijo:  Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero utiliza nuestras cualidades.  Eso es lo que nos hace valiosos.  Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.

 

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y lima asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.  Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad.  Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de laborar juntos.

 

¿Ocurre lo mismo con los seres humanos?  Observen y lo comprobarán.  Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa.  En cambio, cuando tratamos con sinceridad de percibir los puntos fuertes en los demás, es ahí donde florecen los mejores logros humanos.  Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo.  Pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.

 

Fuente:
Sacado de la red.